Saturday, January 15, 2011

La pequeña embustera - [Mil Años de Sueños]

Ninguno de los comerciantes soporta a esta niña.

Aunque aún no tiene ni diez años y le queda mucho para dejar atrás la tierna edad de la inocencia, ya se ha ganado el desprecio de los tenderos.

Por una sencilla razón.

Solo sabe contar mentiras.




La pequeña embustera







-¡Eh, señor, acabo de ver a un ladrón entrando en su casa!

-¡Mire, señora, se le ha caído todo el género del mostrador!

-Oigan, ¿saben lo que ha dicho el viajante? ¡Que unos bandidos piensan asaltar este mercado!

Hasta las mentirijillas más inocentes pueden resultar fastidiosas si se repiten una y otra vez, de modo que los tenderos ya están más que hartos.

Más te vale tener cuidado con ese piojo –avisa la verdulera a Kaim-.
Como aquí ya nadie le hace caso, ahora lo que quiere es reírse de los recién llegados y los forasteros. La gente como tú sois la presa perfecta para ella.

Podría tener razón. Kaim lleva poco tiempo en el pueblo. Llegó hace unos días y hoy a empezado a trabajar en la plaza.

-¿A qué se dedican sus padres? –pregunta Kaim mientras descarga un carro de verduras.

La mujer frunce el ceño y suspira meneando la cabeza.

-No tiene.

-¿Murieron?

-Por lo menos la madre sí. Hará unos cuatro o cinco años.
Era una mujer lozana que jamás cogió un resfriado, pero un día cayó enferma y todo acabó para ella.

-¿Y su padre?

Suspira aún más profundamente que antes y dice:
-Se marchó a buscar trabajo a la ciudad.

Los padres regentaban un bazar en el mercado. Aunque la madre se encargaba prácticamente ella sola de comprar y vender la enorme variedad de género con que comerciaban. Cuando murió, los ingresos de la tienda cayeron en picado, de manera que la acabó llevando otra persona. El padre se marchó a la lejana capital en busca de un trabajo bien pagado que le permitiera saldar sus deudas.

Prometió que regresaría al cabo de seis meses, pero ya hace un año que se fue. Al principio enviaba alguna que otra carta a su amigo el sastre, pero ya hace medio año que no se sabe nada de él.

-Es triste que una niña tan pequeña esté esperando a que su padre regrese, pero...

La niña duerme en un rincón del almacén comunal de los comerciantes.

Antes se hablaba de encargarnos de ella, de adoptarla hasta el regreso de su padre.

A Kaim no le extraña. Sabe por experiencia que los comerciantes (no solo esta mujer oronda y bondadosa) son gente generosa y de buen corazón, pese a su escasez de medios. De lo contrario, nunca habrían contratado a un forastero como él.

-Sin embargo, antes de que transcurriera ese medio año, ya estábamos hartos de ella. Cuando su madre vivía, era una niña dulce y educada, pero esta desgracia la ha hecho muy retorcida.

Ahora de dulce no tiene un pelo.

Claro que nos da pena y nos turnamos para alimentarla y vestirla con ropa usada, pero como ahora solo piensa en engañarnos a todos, ya nadie se preocupa demasiado por lo que le pase.

¿Por qué no se da cuenta de que...

-Debe sentirse muy sola, ¿no crees?

La mujer se encoge de hombros, sonríe afligida y exclama:

-Ya basta de cháchara por hoy. ¡Venga, vamos a trabajar! –Dicho esto, corre al interior de la tienda.

Kaim está colocando en la entrada del establecimiento las verduras que ha descargado cuando oye una vocecilla a sus espaldas.

-Oiga, señor, ¿es usted nuevo aquí?

Es la niña.

-Ajá...

-No es de este pueblo, ¿verdad?

-No, no lo soy...

-¿Vas a vivir arriba, mientras trabaje aquí?

-Durante un tiempo. Al menos esa es mi intención.

-Le contaré un secreto, ¿le parece?

Ya empieza. –De acuerdo –contesta Kaim sin interrumpir su trabajo.

-En esta plaza vive un fantasma.
Los tenderos no se lo cuentan a nadie porque es malo para el negocio, pero está aquí. Yo lo veo a menudo.

-¡¿En serio?! Exclama Kaim haciéndose el sorprendido.

Decide seguirle el juego en lugar de regañarla por mentir.
A lo largo de su existencia interminable, ha conocido una legión de niños huérfanos y abandonados por sus padres.

La tristeza y la soledad de los niños dejados a su suerte son las mismas que asolan a Kaim en su continuo vagar por el paso del tiempo.

-¿Qué clase de fantasma?

-El de una mujer. Y yo sé quien es.
La niña le explica que se trata del espíritu de una madre que perdió a su hija.

Su niña (su única hija) murió víctima de una epidemia.

Presa de la tristeza, la madre se dejó morir y ahora su fantasma se aparece en el mercado cada noche para buscar a su pequeña.

-¡Pobre madre! Decidió morir para reunirse con su hijita pero tampoco la encuentra en el otro mundo. Por eso la sigue buscando aquí, sin dejar de gritar: “¿Dónde estás? Corre, ven con mamá al otro mundo”.
La niña narra la historia con sorprendente seriedad.

-¿A que es muy triste? –le pregunta. Tiene los ojos bañados de lágrimas, lo que le indica a Kaim que está mintiendo.
Aunque la mujer no le hubiera avisado, sabría que es una mentira basada en lo que le contó sobre las circunstancias de la cría.
Kaim amontona con cuidado unos racimos de uvas maduras en una caja de muestra y le pregunta a la niña:
-¿Por qué crees que la madre no puede encontrar a su hija?

-¿Cómo?- pregunta la niña mirándolo extrañada.
-Bueno –explica Kaim-, la niña no está en el otro mundo y tampoco anda vagando por este, así que ¿dónde está?

Kaim no pretende someterla a un interrogatorio.

Solo cree que alguien que miente porque se siente triste puede hallar cierto alivio admitiendo su mentira. La soledad de una niña que ha perdido a su madre y cuyo padre la ha abandonado no consiste en contar una mentirijilla sino en tener que mentir siempre.

-Um, ahora que lo dice, es una buena pregunta –dice la niña sonriendo con calma-. Cierto... ¿dónde está?
A kaim se le pasa por la cabeza señalarla y decir “aquí mismo”
La niña, que se adelanta, prosigue:
-Es la primera vez que me lo preguntan. Usted es... distinto.

-Puede...

-Que sí. Que usted no es como los demás –insiste la pequeña-.

Creo que podemos ser amigos. –Ensancha la sonrisa.

Kaim le devuelve el gesto sin decir nada.

En ese instante se oye la voz de la verdulera procedente de la trastienda y la niña sale espantada.

Justo antes de doblar una esquina y escabullirse por el callejón, la pequeña se despide de Kaim con la mano como si dijera: “¡Hasta pronto!”.
Por primera vez, la mirada de la niña que habla como un adulto revela la infantilidad propia de sus años.

La niña sorprendida se acerca a la tienda para ver a Kaim varias veces al día,
cuando la verdulera no está cerca.

Le cuenta una mentira detrás de otra.

-Anoche ayudé a mi madre a hacer galletas. Quería haberle traído unas pocas, pero estaban tan buenas que me las comí todas.

-Los ladrones me secuestraron cuando solo era un bebé pero mi padre me rescató y les dio una paliza a todos, así que sobreviví.

-¿Mi casa? Es una muy grande y blanca que está al pie de la montaña. Como usted es nuevo aquí, no lo sabrá. Es la más grande del pueblo.

-¿Que no tiene familia? ¿Estás solo? ¡Pobre Kaim! ¡Ojalá pudiera compartir mi felicidad con usted!

Cada una de sus mentiras es fruto de su pesar; se trata siempre de embustes tristes y patéticos que nunca podría contar a los mercaderes que ya la conocen. Siempre que termina de hablar con Kaim, mientras se aleja, se lleva el índice a los labios y le dice:

“Será nuestro secretito. No se lo cuente a la verdulera”.

Por supuesto, Kaim no se lo dice a nadie.
Siempre que los comerciantes se ponen a hablar mal de la pequeña, se marcha con discreción.

Tanto las mentiras como los cotilleos son ridículos. No se extienden porque alguien los cuente, sino porque siempre hay quien los escucha y se los cree.

Quien está solo de verdad nunca critica a nadie.

Lo mismo se puede decir de las mentiras.

La niña, puesto que tiene a alguien a quien mentir, no necesita caer en el abismo de la verdadera soledad.

Para proteger la escasa felicidad que le queda, Kaim finge creerse a pies juntillas todo cuanto le cuenta.

Un día en que la niña se acerca a hablar con Kaim, ella toma más precauciones de lo normal para que no la descubran ni la verdulera ni los demás comerciantes.


-Dígame, señor. ¿tiene pensado quedarse aquí mucho, mucho tiempo?
-No, la verdad –contesta Kaim sin dejar de descargar hortalizas y frutas.

-¿Se marchará cuando haya ahorrado suficiente dinero?

-Es posible.

-Pero aún no lo ha ganado.
-Ya me falta menos –dice forzando una sonrisa.

Ahora le tocaba mentir a él. Ya dispone del dinero suficiente para continuar su andadura. En realidad no se ha puesto a trabajar de ayudante porque tenga una necesidad urgente de dinero.

Está aquí porque todavía no ha decidido su próximo destino.
Un viaje sin un lugar adonde ir es un viaje sin fin.
Los sabios dicen que en la vida necesitas tener un sueño y un objetivo.

Pero los sueños que cumplir y los objetivos que perseguir brillan como postes indicadores en el camino de la vida precisamente porque este es finito.
Entonces, ¿cuáles deberían ser las ilusiones y las metas de alguien que carga con el peso de una vida sin final?

Kaim debe tomarse su viaje con calma.

De hecho, no puede afrontarlo de otra manera. Tal vez a vivir a la deriva no se le pueda llamar viaje.

Si yo fuera usted –le recomienda la niña-, me marcharía de este mercado en cuanto ahorrara lo suficiente para dos o tres jornadas de viaje.

Kaim le responde con una sonrisa muda y fría.

¿Qué cara pondría la pequeña si Kaim le contestara:
“Estoy aquí por ti”?

“Por ahora, el sentido de mi vida es ser depositario de tus embustes”.

En cuanto se le ocurre esto, algo que no debe revelarle jamás, la mentirosilla mira alrededor furtivamente y dice casi susurrando:

-Si quiere irse pronto, yo sé la mejor manera.

-¿La mejor manera...

-Entre a hurtadillas en la sastrería y robe el dinero.
Encontrará un botecito en el armario de la trastienda. Está lleno de dinero.

-¿Me estás diciendo que robe al sastre?

La pequeña mira a Kaim sin la menor sombra de duda en los ojos. Se pone seria y empieza a explicarse:
Ese sastre merece que le roben. –Argumenta que el dinero del bote está mancillado.

-Conozco a una niña, una buena amiga mía –dice-: es tan triste lo que le ha pasado...
Su madre murió y su padre se marchó a trabajar a la capital, así que está sola.

Su padre debería haber regresado a por ella a los seis meses, pero no se sabe nada de él.

Otra mentira nacida de su dolor.

Kaim le pregunta con tranquilidad: -¿Hay alguna relación entre tu amiga y el sastre?
Por supuesto –contesta la embustera-. Muy estrecha. Lo que pasó en realidad es que su padre le enviaba dinero cada mes, como prometió, para facilitarle la vida en el pueblo. Y siguió escribiéndole. Quería decirle que había conseguido un buen empleo en la ciudad y que debería irse a vivir con él lo antes posible. Como él está demasiado ocupado, es ella quien tendría que desplazarse a la ciudad. Hasta envió dinero para el viaje. Pero ni el dinero ni las cartas llegaron a sus manos.
¿Y por qué cree usted?

Antes de que Kaim responda, la niña continúa:
-El error del padre fue mandar las cartas y el dinero a la dirección del sastre. Se ha quedado todo el dinero para él.

Kaim aparta la mirada de la niña.

La pequeña, para dar credibilidad a una mentira, ha inventado otra aún más triste con la que además puede perjudicar a otra persona.

Esto es lo más lamentable de todo.

El candado de la trastienda de la sastrería tiene que ser muy fácil de romper. –deja caer la niña, que sale corriendo sin esperar la respuesta de Kaim.

A la mañana siguiente la niña entra corriendo en la verdulería, llamando a gritos a la dueña.
En lugar de con Kaim, habla directamente con la mujer:
-¡Anoche robaron en la sastrería!
Asegura que vio cómo un grupo de ladrones entraba a hurtadillas por la noche, después de que la plaza se vaciara.

-Ay, que tragedia –dice la verdulera fingiendo una sonrisa-. Habrá sido terrible.
-Obviamente, no cree una palabra de lo que dice la cría.

-¡Es verdad! ¡Yo lo he visto!

-Escúchame bien, mocosa, no pienso seguir aguantándote. Si ahora eres una pequeña embustera, no quiero ni pensar que de mayor serás una ladrona o una estafadora o algo peor. Estoy muy ocupada abriendo la tienda, ¿me oyes? Vete a incordiar a otro.

Apenas ha terminado de regañar a la niña cuando alguien grita en la calle.

-¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! –El sastre está en medio de la plaza, aterrorizado y gritando con todas sus fuerzas.

-¡Lad... ladrones! ¡Me han robado todo el di… dinero!

La niña huye en cuanto se acerca el sastre.
Toda la plaza está revolucionada.

La pequeña no mentía; al menos eso es verdad.

Sin embargo, puesto que de la boca de la niña nunca han salido más que invenciones, la gente cree que se trata de un embuste más.
-Quizá lo hizo ella. ¿Qué pensáis?

Y poco a poco... –Tal vez tengas razón.
-¡Estaría fingiendo! –No me extrañaría de ella.

Vamos a buscarla. La obligaremos a hablar... aunque tengamos que ser duros con ella. Nadie se opone a esta idea.

Algunos corren al almacén y otros empiezan a buscar por la plaza.
-¡Aquí no está! –En el almacén tampoco. -¡Huyó con el dinero!

Por fin, cuando los perseguidores regresan con sus conclusiones y sus conjeturas, Kaim lo entiende todo.

Después de tantas mentiras, la niña se ha despedido con la verdad.

-¡No puede haber ido muy lejos!

-¡Sí, todavía podemos cogerla!

-¡Esa ladronzuela! ¡Como le ponga las manos encima!

Los hombres montan en cólera y las mujeres avivan el fuego:

-¡Vamos! ¡Hay que darle su merecido!

-¡Con lo bien que la hemos tratado, y así nos lo agradece! ¡No podemos dejar que se salga con la suya!

Una docena de hombres sale a buscarla.

Pero Kaim se cuadra en medio del camino para impedirles el paso.

-¡Eh, apártate!

Los hombres están sedientos de sangre pero Kaim sabe que si fuera necesario, no le constaría derribarlos sin que lo rozaran si quiera.

En vez de eso, adopta una postura más relajada y arroja a los pies de los mercaderes un zurrón repleto de monedas.

-Ahí tenéis el dinero robado –les dice.

-¿Cómo?

-Lo robé yo, lo siento.
La confusión inicial da paso a un alboroto de jauría.

Kaim levanta los brazos para hacer ver que no se resistirá.

-Haced conmigo lo que queráis. Estoy preparado.

La verdulera sale de entre la muralla de hombres y grita:
-¿Cómo has podido hacerlo, Kaim?

-Quería el dinero, eso es todo.

-¿No lo dirás para proteger a la niña?

La tendera tiene una intuición demasiado afilada.

Kaim fuerza una sonrisa, mira al sastre y le dice.
-Estaba en el bote del armario, ¿verdad?

El hombre afirma enérgicamente con la cabeza.

-¡Es cierto!¡Tiene que haber sido él! ¡Guardaba el dinero en el bote! ¡El ladrón es él!

Aunque en ese bote no solo había dinero, ¿no es cierto?

-¿De qué hablas?

En él escondía también unas cartas. Las del padre de la niña.

-¡Eso es mentira! ¡Estás loco!

-Sin embargo es verdad.

-¡No, ahí no podía haber ninguna carta! ¡Las tiré todas...

El sastre se tapa la boca con la mano.

Aunque ya es demasiado tarde.

La verdulera lo mira.

-¿Qué está ocurriendo aquí? –exige saber.

           -Er... No... Yo...

-Más te vale contárnoslo todo.

La gente deja de mirar a Kaim para clavar los ojos en el comerciante.

Días más tarde, llegan dos cartas de la niña a nombre de “la señora de la verdulería” y “el hombre bueno de arriba”.

A Kaim le cuenta que encontró a su padre en la capital.

No tiene manera de saber si es verdad o no.

Es difícil creer que una niña sea capaz de dar con su padre en la gran ciudad con tanta facilidad sin saber ni dónde vive ni dónde trabaja.

Aun así, prefiere pensar que es verdad cuando lo lee:

“Ahora soy feliz”.

El ser humano es el único animal que miente.

Miente para engañar a los demás, para beneficiarse y también para que ni la soledad ni la tristeza le asfixie el corazón.

De no existir la mentira, la gente evitaría muchos conflictos y malentendidos.
Por otro lado, puede que gracias a que este mundo sea un revoltijo de verdades y mentiras, las personas hayan aprendido a creer.


Cuando termina de leer su carta, Kaim mira a la mujer.

La verdulera, que está concentrada leyendo la suya, levanta tímidamente la cabeza al percibir la mirada de Kaim.

-¡No puedo! –exclama-. Escucha esto:

“Os estoy muy agradecida a ti y a los demás comerciantes por todo lo que habéis hecho por mí. No os olvidaré mientras viva”.

Qué niña esta, embustera hasta el final –dice con una sonrisa mojada de lágrimas.






Fin

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